Iba al cine. Mucho. Todo el tiempo.
Ese escape eterno que dejé caer
por quedar atrapado en las dulces promesas de muchas vidas.
Con el tiempo fui entendiendo que lo azucarado se torna amargo
y que son mejores los mates de seda.
Sé que somos un paquete con fecha de vencimiento
y mientras tanto hacemos algo para andar.
Hay quienes eligen dormir todo lo que puedan.
Hay quienes se aferran a otro y no son.
Hay quienes no son, pero se conforman para no estar solos.
Hay quienes estropean un instante porque no saben
que alguien es distinto
que puede sorprender con algo de su amor.
La noche invita a quienes zafan de estar aburridos
para pensar un poco más allá.
Y mientras miro por el miniuniverso de la virtualidad ,
que es un macromambo de acción,
pienso si mis espejos tan molestos son
porque me pierdo en las profundas frases
o reflexiones zen meditativas voladas
o desesperadas de aquello que sé
El blues nochero de los cuerpos desnudos
de culos pronunciados,
de insinuaciones,
de pantalones,
de boxers bajando,
de la mirada perdida para que miles pongan sus babas en “me gusta”
como para ir a dormir feliz.
Ahora miro atrás un poco y me pienso tan lejano a una butaca,
que no entiendo cómo tengo un cine a tres veredas
y no me dejo atrapar en mi candileja.
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